“El Legado del Gallero: La Historia de Manolito” Capítulo 1
A los catorce años, Manuel José Santiago López, conocido como Manolito entre amigos y familiares, sabía que estaba destinado a una vida entre gallos. No era una simple afición; él sentía que su amor por los gallos de pelea era parte de su ser, como el color de sus ojos o el timbre de su voz.
1. Manolito y su vida marcada por las espuelas y el canto de los gallos
Hijo de galleros, nieto de galleros y bisnieto de galleros, el joven del barrio Los Pinos de Ciales había crecido escuchando los ecos de batallas gallísticas y el resonar de las espuelas contra el suelo de tierra en la finca familiar.
Su abuelo, Don Ismael, fue el primero en introducirlo a este mundo de alas y espuelas afiladas. Aunque Manolito no recordaba con precisión su primera visita a la gallera, sabía que desde pequeño ya había estado ahí, sentado en las gradas, escuchando los cánticos, observando cómo los hombres alentaban a sus gallos y esperando el final de cada pelea con la intensidad de quien entiende el valor de la victoria.
2. “Los gallos son mi vida”: La declaración de un joven apasionado
En una tarde fresca de enero, mientras el cielo comenzaba a teñirse de tonos dorados, Manolito compartió su confesión con un grupo de curiosos. “Los gallos son mi vida”, dijo, con la misma seriedad con la que otros jóvenes hablarían de sus sueños y ambiciones. Al fondo, se escuchaba el cacareo de los gallos, que parecían susurrarle en respuesta, dándole una melodía a cada palabra.
3. La Finca: El santuario donde se forman los guerreros emplumados
En la finca de la familia Santiago, el aire estaba impregnado de un olor familiar: mezcla de tierra mojada y el aroma de la hierba que cubría las jaulas de los gallos. Desde el amanecer hasta el anochecer, la rutina de Manolito consistía en alimentar a los gallos, revisar sus plumas, sus patas y su porte, y, sobre todo, identificar en cada uno esa chispa de valentía que separaba a los verdaderos guerreros de los gallos ordinarios. “Desde chiquitos, ya se nota cuáles tienen el temple”, explicaba, mientras sostenía con firmeza uno de sus ejemplares, un giro de plumas relucientes y mirada afilada.
Para él, la finca era más que un lugar de trabajo; era un santuario, un espacio sagrado donde cada gallo tenía su propio lugar, su propio nombre, su propia historia. “Un buen gallo tiene carácter, y si uno sabe observar, lo ve en su postura, en cómo responde al contacto y a la presencia de otros gallos”, decía con la seguridad de alguien que ha pasado incontables horas analizando el comportamiento de sus aves.
4. Las enseñanzas de su abuelo Don Ismael
Don Ismael era un hombre de pocas palabras, pero cuando hablaba, cada frase era una lección. “Un gallero verdadero no es solo el que cría gallos, sino el que entiende su espíritu”, le decía a Manolito mientras acariciaba con suavidad la cabeza de un gallo blanco. “Estos gallos son guerreros, y como todo guerrero, merecen respeto y cuidado.”
Desde muy pequeño, Manolito entendió que las peleas de gallos no eran simplemente espectáculos. “Ellos pelean porque así son, porque está en su naturaleza”, le decía su abuelo. Y aunque algunos consideraban esta tradición como un maltrato, Manolito y su abuelo veían las peleas de gallos como un reflejo de la naturaleza misma. “Los gallos tienen en la sangre la valentía, y si no pelearan aquí, lo harían en cualquier otro lugar”. Insistía Don Ismael, con una certeza en su voz que no dejaba espacio para dudas.
5. El Club Gallístico Don Beto: Un templo de cultura y tradición
El Club Gallístico Don Beto, en el barrio Quebrada Grande, era para Manolito como una segunda casa. Ahí, rodeado de otros galleros, aprendía no solo sobre los gallos, sino sobre la vida misma. “Aquí no solo se vienen a pelear gallos, aquí se aprende la vida”, decía uno de los viejos galleros del club, mientras se encendía un cigarro y miraba a Manolito con una sonrisa de complicidad.
En el club, cada fin de semana, Manolito observaba con ojos atentos las peleas, los movimientos de los gallos, la estrategia de los entrenadores. Y aunque todavía no era lo suficientemente grande para tener sus propios gallos en la arena. Soñaba con el día en que pudiera llevar a uno de sus giros a pelear bajo las luces de la gallera. “Para eso estoy aquí, para aprender de los mejores y algún día ser el mejor”, pensaba mientras veía a los hombres alentar a sus gallos. Con una mezcla de orgullo y esperanza en su mirada.
6. La importancia del linaje: Giros, jabados y prietos
Para Manolito, no todos los gallos eran iguales. Su padre y su abuelo le habían enseñado a valorar ciertas líneas de sangre, ciertos colores y características que definían a los gallos verdaderamente valientes. “Los giros son los duros de verdad”, afirmaba con seguridad, señalando a uno de sus gallos favoritos. Un giro de plumas grisáceas que observaba a su alrededor con la atención de un guerrero a punto de entrar en combate.
En la finca de su familia, cada gallo tenía un propósito. Un rol dentro de la línea de sangre que ellos habían cultivado por generaciones. Y aunque Manolito amaba a todos sus gallos, sentía una especial afinidad por los giros. “Esos son los que siempre van pa’ lante. Los que no tienen miedo”, decía con orgullo, recordando las palabras de su abuelo: “Un buen gallo nunca se echa pa’ atrás.”
7. La relación con su padre: Silencios compartidos y miradas cómplices
La relación entre Manolito y su padre era única, forjada en el trabajo compartido, en el cuidado de los gallos y en la preparación de cada uno de los ejemplares para la pelea. A diferencia de su abuelo, su padre no hablaba mucho sobre los gallos. Pero en cada gesto, en cada mirada, Manolito veía la pasión y el respeto que sentía hacia estos animales.
“Los del Congreso no entienden esto, pai’”, le dijo una tarde. Después de escuchar en la radio una noticia sobre las leyes que prohibían las peleas de gallos en los Estados Unidos. Su padre, que estaba ocupado limpiando una de las jaulas. Lo miró en silencio y asintió con la cabeza, como si con ese simple gesto confirmara todo lo que Manolito ya sabía.
Para ellos, las peleas de gallos no eran solo una actividad, eran una herencia, una tradición que no podía ser comprendida por quienes no habían vivido en ese mundo. Quienes no entendían el valor de un buen gallo. La pasión de verlo pelear y la satisfacción de saber que había sido criado con cuidado y respeto.
Para Manolito, ser gallero no era simplemente una afición, sino una identidad. “Esto es lo que soy, y esto es lo que siempre seré”, pensaba mientras observaba a sus gallos en la finca. Imaginando el día en que pudiera llevar a uno de ellos a pelear y demostrar al mundo que él era un verdadero gallero, como su abuelo y su padre antes que él.
Esta vida de plumas y espuelas era todo lo que conocía, todo lo que amaba, y aunque otros no entendieran su pasión, para Manolito no había otra forma de vivir.
La Vida de Un Joven Gallero con Alma de Guerrero
1. Una Visita a la Gallera: El Escenario de las Primeras Lecciones
Desde que Manolito podía recordar, su vida había girado en torno a las visitas al Club Gallístico Don Beto. En ese lugar, no solo aprendía sobre los gallos, sino también sobre las relaciones entre los hombres y su respeto por el arte de la crianza. Cada rincón de la gallera tenía una historia; las gradas donde se sentaban los viejos galleros. El cuadrilátero donde se enfrentaban los gallos. Y las mesas largas donde se discutía de todo, desde política hasta las mejores líneas de sangre para los gallos de combate.
Para Manolito, cada pelea era una lección. Su abuelo le enseñaba a observar los movimientos de los gallos, la forma en que cada uno encaraba la batalla. “Mira ese, Manolito”, le susurraba Don Ismael en una pelea particularmente intensa, señalando un gallo giro de plumaje rizado. “Ese sabe lo que hace. No ataca a lo loco, espera el momento justo.” Manolito veía a su abuelo casi como un poeta de la gallera, capaz de ver cosas que a él le parecían misteriosas y profundas.
Los sonidos de la gallera, una mezcla de gritos, murmullos y cacareos, envolvían a Manolito en una atmósfera casi mágica. Era ahí donde él sentía que el mundo cobraba un sentido que difícilmente podía explicar con palabras.
2. La Rutina de la Finca: Entrenamiento y Cuidado con Celo y Pasión
El día de Manolito comenzaba temprano, mucho antes de que el sol asomara. Mientras la mayoría de los chicos de su edad apenas despertaban. El ya estaba revisando los comederos y bebederos de sus gallos. Cada ave tenía un régimen de alimentación cuidadosamente calculado. Y su abuelo le había enseñado que la clave de un buen gallo radicaba en su dieta tanto como en su entrenamiento.
Además de la alimentación, cada gallo requería un cuidado específico para sus plumas y espuelas. “Las espuelas son su orgullo y su defensa, no puedes dejar que se dañen”, le explicaba su padre. Manolito pasaba tiempo cada mañana examinando las espuelas de cada gallo, asegurándose de que estuvieran fuertes y afiladas. Para él, este ritual no era una tarea, sino un acto de respeto hacia sus guerreros emplumados.
3. El Rito de Pasaje: La Primera Pelea de Manolito
Manolito recordaba con claridad el día en que su abuelo le dijo que él mismo podía elegir un gallo para la pelea. Era un rito de pasaje, una señal de confianza que su abuelo le otorgaba como reconocimiento a su dedicación. El joven no podía creerlo: él, Manolito, tendría finalmente un gallo en la arena.
Eligió a “Centella”, un gallo giro de mirada feroz y plumaje brillante. Había pasado meses cuidando de él, asegurándose de que estuviera en perfecta forma. Para Manolito, Centella era más que un gallo; era un reflejo de todo lo que él había aprendido y trabajado.
El día de la pelea, Manolito se sentía nervioso pero emocionado. Su abuelo y su padre lo acompañaron, pero esta vez ellos no estaban ahí para supervisar, sino como espectadores. Manolito notó la diferencia en sus miradas: no era la mirada protectora de siempre, sino una mezcla de orgullo y expectativa. En el cuadrilátero, Centella se enfrentó a otro gallo fuerte y ágil. La pelea fue intensa, pero finalmente Centella salió victorioso. Manolito sintió una emoción indescriptible: la victoria era suya, y sabía que en ese momento se había convertido en un gallero de verdad.
4. Reflexiones en la Sombra del Atardecer: Los Galleros y su Conexión con la Tierra
Una tarde, mientras el sol se escondía detrás de las montañas, Manolito se sentó junto a su abuelo en la finca. Habían trabajado todo el día, y ambos estaban agotados. Pero en ese momento de silencio, Manolito sintió que comprendía algo profundo. Su abuelo le habló sobre la conexión entre los galleros y la tierra. “Ser gallero no es solo sobre ganar peleas. Es entender que todo está conectado: la tierra, los animales, y nosotros. Los gallos nos enseñan a respetar la vida, a ver la naturaleza como un ciclo.”
Esa tarde, Manolito comprendió que el mundo de los gallos no era solo un deporte o una tradición, sino una forma de vivir y de entender su lugar en el mundo. Mientras el cielo se tornaba de un color rojizo. Se prometió a sí mismo que honraría siempre esta conexión con respeto y devoción.
5. La Reacción del Pueblo ante la Posible Prohibición de las Peleas
En el pequeño pueblo de Ciales, las noticias sobre la posible prohibición de las peleas de gallos habían sacudido a la comunidad. Para Manolito y su familia, esto no era solo una amenaza a su pasatiempo, sino a su estilo de vida. Los vecinos comentaban en las plazas, en las tiendas y en las reuniones comunitarias. Para ellos, la gallera era más que un lugar de peleas; era un espacio de encuentro y de cultura.
Una tarde, después de una jornada de trabajo. Manolito escuchó a su abuelo hablar sobre la importancia de defender sus tradiciones. “No podemos dejar que nos quiten esto, Manolito. Esto es lo que somos”, le dijo, con una determinación que nunca antes había visto en él. En ese momento, el joven gallero entendió que su papel en la comunidad iba más allá de cuidar gallos. También tenía la responsabilidad de proteger su legado cultural.
6. Lecciones de Honor y Respeto: Lo que un Gallero Nunca Olvida
Don Ismael tenía una frase que repetía constantemente: “Un gallero verdadero nunca maltrata a su gallo”. Manolito creció escuchando esas palabras, y para él. Eso significaba que el respeto por los animales era fundamental en el mundo de los gallos. Nunca olvidaré el día en que su abuelo le explicó que. Aunque los gallos peleaban, ellos no lo hacían por crueldad, sino por instinto. Era su naturaleza, y su deber como galleros era respetar ese instinto sin abusar de él.
Manolito aprendió que la relación entre el gallero y su gallo era una mezcla de amor, respeto y devoción. “No es solo una mascota, es un compañero de lucha”, le decía su abuelo. Y para él, cada gallo que criaba era una extensión de sí mismo, una representación de su trabajo y de su orgullo.
7. Los Galleros del Futuro: Un Sueño de Continuidad
Manolito a menudo pensaba en el futuro, en los días en que él mismo sería abuelo y transmitiría sus conocimientos a sus hijos y nietos. Sabía que el mundo cambiaba. Que quizás en el futuro la sociedad no entendería o apoyaría su amor por los gallos. Sin embargo, estaba seguro de que la esencia del gallero no desaparecería.
Él soñaba con una finca más grande, con un corral lleno de gallos fuertes y valientes. Y con una familia unida en torno a esta tradición. Imaginaba el día en que pudiera contarles a sus nietos sobre la primera pelea de Centella y enseñarles las lecciones de respeto y honor que él había aprendido de su abuelo. Para él, la continuidad de esta tradición era su misión, y estaba dispuesto a luchar para mantenerla viva.
8. Un Último Pensamiento: La Vida de un Gallero
Una noche, mientras Manolito se acostaba después de un largo día, reflexionó sobre lo que significaba ser gallero. Sabía que la vida de un gallero no era fácil, pero para él, no había nada más gratificante. “Esto es lo que soy”, pensó mientras cerraba los ojos. “Y esto es lo que siempre seré.”